“¡¡¡Que crean en ella!!! Que luchen hasta el final y que confíen en los médicos y en su equipo”
¿Qué edad tienes? ¿Podrías presentarte?
Me llamo Charlène, tengo 37 años y una hija, nacida gracias a una FIV tras 5 años de espera. Su papá tiene 43 años. Él tiene otro hijo de 11 años, nacido de una unión anterior.
¿Qué se siente cuando el embarazo no llega?
Una se siente inútil… y sola, terriblemente sola… diferente. Fue un período muy difícil para mí, y todavía sigue siendo un recuerdo muy malo…
¿Pensaste en aquel momento en dejar a tu esposo?
¡Desde luego que sí! Más de una vez… y, de hecho, ¡lo hice! Me sentía increíblemente mal por no poder darle un bebé… Al romper con él, lo que quería era devolverle su libertad y su alegría de vivir… Hizo todo y más para que volviera con él… Me demostró en más de una ocasión que pese a todo me quería…
¿En qué momento te diste cuenta de que había algo que no iba bien?
De hecho, no tardé en tener la impresión de que había algo que no acababa de funcionar. No podía explicar por qué, pero después de un año de intentarlo, empecé a plantearme algunas cuestiones. Acudí a consulta al cabo de 18 meses. Me hicieron todas las pruebas normales y también le prescribieron un seminograma a mi esposo, que tuvo un resultado positivo…
¿Qué sentiste cuando te anunciaron el diagnóstico?
Una gran incredulidad. ¡Él tenía un hijo! Entonces, ¿esto quería decir que no éramos compatibles? Lloré mucho, pero nos mantuvimos unidos y nos prometimos no dejar la relación por esto… Me sentía con más fuerza para luchar. Seguimos tratando de tener un bebé de manera natural durante dos años más, y entretanto aprovechamos para casarnos, aunque después volvimos a acudir a la consulta.
¿Qué pasó a continuación?
Nos propusieron una inseminación artificial conyugal (IAC). Hicimos cuatro seguidas, tras las que, viendo los resultados negativos, el equipo médico nos propuso una FIV.
¿Necesitaste un tiempo de reflexión antes de embarcarte en el proceso de FIV? ¿Te dio miedo?
¡Sí! Estuve reflexionando… digamos… medio día… Lo que me daba miedo era no tener hijos con el hombre al que amaba. Quería fundar una familia, de manera que no me llevó mucho tiempo reflexionar. Si había que pasar por una FIV, haríamos una FIV; lo importante no era cómo se concebiría este bebé, sino el deseo común que teníamos de verlo nacer y crecer…
¿Cómo fue el tratamiento?
No demasiado bien… La primera FIV no funcionó… Fue todo un drama… Pensé que lo había perdido todo… Pero rápidamente me puse otra vez en pie, cogí fuerzas y energía y en nada ya estaba lista para un segundo intento.
¿Quién te dio apoyo a lo largo de esta prueba?
En primer lugar, mi esposo, que supo respaldarme tomándose el tiempo de escucharme y de secar mis lágrimas. Consulté también a un psicoterapeuta, de manera que pude poner nombre a mis males, lo cual fue para mí una auténtica bocanada de aire fresco.
¿Cuál fue tu reacción al ver que la segunda FIV había funcionado?
Resulta algo extraño decirlo, pero ¡no me lo acababa de creer! Nos decíamos que era otra vez el mismo mal sueño que habíamos vivido ya veinte veces, y que acabaríamos despertando… Pero cuando los días pasan y notas cómo tu cuerpo cambia, entonces empiezas a creértelo de verdad, aunque es duro y largo. Durante mucho tiempo me mantuve incrédula, en alerta permanente, para protegerme de una mala noticia… Hasta la primera ecografía, que la emoción fue fuerte, muy fuerte, y lloré muchísimo… Lo solté todo: todos estos años de espera, de expectación, de creer…
¿Qué te gustaría decirles a las parejas que acuden a la Reproducción Asistida?
¡¡¡Que crean en ella!!! Que luchen hasta el final y que confíen en los médicos y en su equipo, ya que lo que les espera al final del protocolo vale todos los sacrificios y todas las lágrimas derramadas; después, hay toda una vida de felicidad… Cuando tengáis a vuestro hijo entre los brazos, os olvidaréis rápidamente de cómo fue la concepción… Lo importante es que esté ahí, en vuestra vida, y verlo crecer día a día es la mejor recompensa que puede existir…